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Si una estrategia política es estúpida, ¿estúpidos son sus seguidores?: El caso de Ricardo Salinas Pliego.

  • Redacción
  • 27 oct
  • 2 Min. de lectura

La noche del cumpleaños de Ricardo Salinas Pliego en la Arena CDMX no fue una fiesta. Fue una declaración política.

Entrada gratis, música, luces y cientos de asistentes invitados a “celebrar” al empresario. Pero el espectáculo central no fue el concierto, fue la burla organizada.


Sobre el escenario, un animador disfrazado de maestro de circo presentó un show de botargas que ridiculizaban a personajes de la vida política: Claudia Sheinbaum, los hijos del presidente, funcionarios, simpatizantes de la 4T. Entre ratas, cerdos y grotescos disfraces, el público fue arengado a corear insultos: “zurdos de mierda”, “parásitos”, “lacras”.


Nada nuevo.

Todo calcado línea por línea del manual de Javier Milei en Argentina.

La misma estética del resentimiento.

La misma narrativa del odio como identidad.

La misma supuesta “rebeldía” que en realidad no es más que una parodia de derecha mal digerida.


Pero aquí es donde lo absurdo se vuelve revelador:

¿Qué tipo de proyecto político insulta abiertamente a la mayoría del país del cual quiere obtener votos?


Porque el 70% de México no es millonario, no vive en las Lomas, no dirige bancos ni cadenas televisivas.

El 70% vive del trabajo diario, del esfuerzo cotidiano, de la esperanza que sostiene todo.

Insultarlo no es estrategia: es torpeza.


Y sin embargo, ahí estaban figuras de oposición posando sonrientes: Alessandra Rojo de la Vega, Lilly Téllez, influencer-políticos de ocasión y aliados que creen que insultar a las mayorías es una forma de “ser valiente” o “romper el discurso oficial”.


No lo es.

Es clasismo transmitido en pantalla gigante.

Es desprecio como propuesta de gobierno.

Es el viejo país de unos pocos arriba y todos los demás abajo, ahora disfrazado de “rebeldía libertaria”.


Luego, el remate:

Salinas Pliego pidiendo “diálogo respetuoso” a la presidenta para que le diga “cuánto debe al SAT” porque él “paga en diez días”.


La pregunta es tan obvia que duele:

¿Por qué no lo pagó antes?


La fiesta lo dejó claro:

No fue un cumpleaños.

Fue un ensayo general del país que sueñan:

uno donde los ricos se burlan desde el escenario

y el pueblo aplaude creyendo que es parte del show.


Por eso está bien que se expongan.

Porque cuando se muestran así, se retratan de cuerpo entero.

Y nosotros entendemos, sin adornos, cuál es su verdadera bandera:


No es la libertad.

No es la verdad.

No es el cambio.

Es el insulto como propuesta política.


Y un país no se construye desde ahí.

EpicentroMx

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