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Si eso le pasa a la presidenta, ¿qué puede pasarle a las demás?

  • Redacción
  • 5 nov
  • 2 Min. de lectura

México volvió a mirar de frente su machismo. No el de los memes ni el de los piropos disfrazados de halago, sino el que vive en las calles, el que se siente dueño del cuerpo ajeno, el que se cree con derecho a invadir. El que ayer tocó a la presidenta de la República en público, sin consentimiento, en un acto de aparente espontaneidad que revela algo mucho más profundo: la certeza del agresor de que podía hacerlo y salir impune.


No se trata de si falló la seguridad, ni de si el hombre estaba ebrio, ni de si hubo mala coordinación. Aquí la pregunta es otra: ¿cómo puede alguien atreverse a tocar a la mujer más poderosa del país en un evento público y pensar que no pasará nada? La respuesta es tan brutal como evidente: porque el machismo en México sigue siendo estructural. Porque hay hombres que aún se sienten seguros de agredir, de traspasar límites, de imponer su voluntad sobre el cuerpo de una mujer, aunque esa mujer sea la presidenta de la República.


Si eso le pasa a Claudia Sheinbaum, con cámaras, ayudantía y Estado Mayor alrededor, ¿qué no le puede pasar a una mujer cualquiera, sola, en la calle, en el transporte, en su trabajo, en su casa? Esa es la verdadera gravedad del asunto: el reflejo de una cultura que normaliza la invasión y minimiza la agresión.


Por eso su decisión de denunciar no es un gesto político, es un acto de dignidad. Es la presidenta diciendo: “esto no se permite, ni a mí, ni a ninguna”. Y eso vale más que mil discursos, porque no habría habido este tipo de agresión si quien caminara entre la gente fuera un presidente hombre. Lo que le pasó a Claudia Sheinbaum no le ocurre al poder, le ocurre a las mujeres que se atreven a tener poder.


Al denunciar, la presidenta no se defiende solo a sí misma, sino a todas las que han callado por miedo o vergüenza. Envía un mensaje claro: la dignidad no se negocia, la impunidad no es una opción y el respeto no depende del cargo.


Hoy México debe entender que no se trata de escoltas ni de protocolos. Se trata de cultura, de educación, de romper la impunidad cotidiana. Porque cuando alguien cree que puede tocar a la presidenta y salirse con la suya, el país entero tiene un problema que no es de seguridad: es de respeto.


Respetar a la presidenta es respetar a las mujeres. Respetar a las mujeres es respetar a México.

Y ese, al final, es el verdadero mensaje de este episodio: la igualdad no se pide con flores, se defiende con firmeza.



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