top of page

Molotov: cuando el rebelde envejece y se vende

  • Redacción
  • 11 nov
  • 2 Min. de lectura

Hace treinta años, Molotov era la furia.

Era el sonido del hartazgo contra el PRI, la voz de quienes gritaban “Gimme the Power” mientras la televisión te decía qué pensar y el gobierno te decía hasta dónde llegar.

Molotov era el rugido de una generación que se sabía jodida, pero que aún creía que cantar contra el sistema podía cambiar algo.


Hoy, ese rugido suena hueco.

En su concierto de aniversario, la banda soltó una frase que bastó para desnudar su decadencia: “México era un país chingón.”

Acomodaticia, por decir lo menos.

Porque quienes crecimos escuchando “Que no te haga bobo Jacobo” sabemos que México no era chingón: era un país desigual, controlado por el dinero y los mismos de siempre.

Y fue esa rabia, esa miseria, la que dio sentido a Molotov.


Lo que hacen hoy no es nostalgia: es renegación.

Molotov no extraña al México pobre y reprimido; extraña al México donde eran relevantes.

En el fondo, su frase no habla del país: habla de ellos. De una banda que ya no entiende a la juventud, ni a las causas que alguna vez abrazó.

De artistas que olvidaron que cuando el poder cambia de rostro, la rebeldía no consiste en insultar al nuevo, sino en mantener la coherencia.


Lo que vemos es un fenómeno político conocido: la cooptación simbólica.

Antonio Gramsci lo explicaba con precisión quirúrgica: el poder no siempre se impone, a veces seduce.

Y cuando el sistema logra que sus críticos piensen dentro de sus márgenes, la hegemonía se completa.

Molotov, otrora enemigo del sistema, hoy toca en sus fiestas.

Ya no incomodan: entretienen.

Ya no despiertan conciencias: venden boletos.


Las redes ardieron.

Hubo un enfrentamiento digital en X entre simpatizantes de la banda y quienes los señalaron por incongruentes.

El debate fue simple pero profundo: ¿cómo puede una banda que denunció la corrupción, la censura y el abuso del poder, añorar el país que generó esas heridas?


Molotov olvida que su público fue el pueblo, los jodidos, los invisibles, los que no podían pagarse ni un concierto pero se sentían representados por sus letras.

Hoy, a esos mismos les dicen que “vivían en un país chingón.”

No hay nada más burgués que añorar la desigualdad cuando ya no te toca padecerla.


El viejo mundo se muere y el nuevo tarda en aparecer —decía Gramsci—, y en ese claroscuro surgen los monstruos.

Molotov es ese monstruo: un rebelde domesticado por el aplauso fácil.

Una banda que olvida que no hay nada más triste que un incendiario pidiendo permiso para encender el fuego.


Porque un grupo que nació con el puño en alto y hoy levanta la mano para saludar al poder, deja de ser Molotov.

Y empieza a ser ceniza.


EpicentroMx

Comentarios


© Copyright 2025 Todos los derechos reservados.

bottom of page