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El impacto del otoño en el ánimo: causas y consejos para sobrellevarlo✨

  • Redacción
  • 28 oct
  • 2 Min. de lectura
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El cambio de estación no solo transforma el paisaje: también modifica nuestro estado de ánimo y nivel de energía. La manera en que cada persona experimenta el otoño depende de factores biológicos y emocionales, pero puede compensarse manteniendo rutinas saludables, una vida social activa y exposición diaria al sol.


El otoño, con su atmósfera melancólica y sus tonos ocres, invita a la calma. Sin embargo, para muchas personas también representa una etapa de fatiga, falta de concentración y decaimiento. Este fenómeno, conocido como astenia otoñal, no es una enfermedad, sino “el intento de describir un conjunto de síntomas leves y transitorios que pueden llegar de la mano del cambio estacional”.

“No hay una enfermedad detrás, sino una respuesta fisiológica adaptativa a los cambios de luz, que en algunas personas puede ser más marcada”, explica María José Martínez Madrid, bióloga y coordinadora del grupo de trabajo de Cronobiología de la Sociedad Española de Sueño (SES).

Tras el verano, las personas retoman rutinas laborales o escolares que imponen un ritmo más estructurado, justo cuando el cuerpo aún se adapta a la reducción de horas de luz natural. Este ajuste biológico y emocional puede pasar inadvertido o manifestarse con mayor intensidad según el estilo de vida y las características de cada individuo.


De acuerdo con la psicóloga clínica María Díaz Medina, los cambios de estación suelen alterar de forma leve el ánimo y el sueño, algo “completamente normal”. Sin embargo, cuando los síntomas son persistentes e intensos, pueden indicar la presencia de un Trastorno Afectivo Estacional (TAE), que afecta entre el 1 y el 10% de la población.

“El TAE suele presentarse con síntomas atípicos, como aumento del apetito, hipersomnia, aumento de peso y disminución del deseo sexual. Además, puede coexistir con otros cuadros, como trastornos de ansiedad, fobia social o bulimia nerviosa”, detalla Díaz Medina.

Este trastorno es el doble de frecuente en mujeres que en hombres, y aparece con mayor frecuencia entre los 20 y 35 años. Su desarrollo está influido tanto por factores genéticos como por la disminución de la luz natural, motivo por el cual es más común en países nórdicos o en entornos donde la claridad es limitada por la nubosidad, la contaminación o la arquitectura urbana.


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