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⭐ ¿Por qué no le han puesto estrellita en la frente a Salazar?

  • Redacción
  • 15 oct
  • 2 Min. de lectura
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Por Von Vivar | Epicentro MX


Era una tarde de martes, de esas en las que la CDMX corre, pero uno decide caminar. Una comida de negocios, dos personas y un destino elegido con precisión quirúrgica: Salazar. Mi acompañante, restringido a carnes blancas, necesitaba un refugio digno. Yo sabía que aquí sirven un pollo rostizado con gravy tan bueno que debería tener pasaporte diplomático. Quinta visita mía al lugar. Quinta vez que me confirma que aquí las aves se doctoran en sabor.


El salón lucía tranquilo: apenas dos mesas ocupadas. En una, un cumpleaños discreto; en la otra, un grupo con cara de licitación perdida. Pero la atmósfera pronto cambió. Las vigas de madera, las mesas robustas y la leña apilada daban esa sensación de refugio bien pensado. A lo lejos, el Ángel de la Independencia se asomaba imponente, como un recordatorio de que comer bien también es un acto patriótico.

La música —esa que se siente en el pecho pero te deja hablar— marcaba el ritmo de la tarde. Pedimos cerveza artesanal, y las maltas frías soltaron la lengua y la charla: tecnología, desarrollo digital y alguna que otra confesión empresarial.


Fuimos por lo que se debe ir: el pollo rostizado Campo Alegre con gravy, una ensalada fresca con naranja y furikake, y un chuletón de cerdo por puro antojo de contraste.

El pollo, perfecto: jugoso, piel crocante, puré sedoso y gravy que abraza. La ensalada cumplidora; las notas cítricas alegran, aunque el misterioso furikake se escondió más que funcionario en puente largo. El chuletón, bien ejecutado, con una salsa martajada que hace justicia.

Todos los platos llegan con adornos, flores, texturas… ese exceso encantador que recuerda a las niñas aplicadas de la secundaria que decoraban las orillas del cuaderno para asegurar el diez. Esfuerzo, forma y fondo: Salazar es así, disciplinado hasta en el emplatado.


La tarde fluyó bajo la atención impecable de Óscar, quien con apenas tres meses en casa ya se mueve como veterano. Charlamos sobre el misterio que intriga a muchos: ¿por qué la guía Michelin no ha volteado a ver este lugar? Antes de irnos, tuvo el gesto de mostrarnos el bar oculto, un speakeasy con vista directa al Ángel. Detalles así no se enseñan: se intuyen.


Sí, los precios son elevados. Pero Salazar no pretende ser democrático; pretende ser bueno. Y lo logra. Ofrece una experiencia que activa los cinco sentidos sin pedir disculpas por ello.


Al salir, pensé en aquella niña que entregaba sus tareas perfectas, corría la milla extra y aun así no recibía la estrellita en la frente. Salazar es esa alumna brillante a la que el sistema aún no reconoce. Quizá porque hace las cosas bien sin alardear. Quizá porque, en un mundo de escándalo culinario, la elegancia ya no hace ruido.


Pedimos café, firmamos la cuenta y me fui pensando que en esta ciudad, donde todo busca brillar, hay lugares que ya lo hacen, aunque nadie les ponga la estrellita.


Calificación de Von Vivar:

⭐ La alumna brillante de la Juárez. Vale cada peso y un poco más.

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